lunes, 24 de agosto de 2009

nito



le dije a lele: cuando muera, quiero que me recuerden como un gran apodador.

si ostento una habilidad que me acompaña desde la infancia es esa: la de rebautizar a las personas e imponer, a fuerza de convencimiento y reiteracion, los flamantes alias. lo hago con la certeza de que nuestros nombres reales constituyen, apenas, formulas necesarias para la burocracia moderna (y para que nos designen cuando niños). su rigidez y su caracter perenne contrastan con la flexibilidad, la mutacion y la multiplicidad de las identidades humanas, que ameritan condensarse en otras (y diversas) expresiones.

a veces, estos apodos surgen a partir de algun rasgo o caracteristica del sujeto en cuestion. los hay completamente caprichosos y arbitrarios. no siempre resultan, debo confesar, del todo originales (acaso hay algo que lo sea?), pero considero que la virtud radica tambien en saber actualizar aquellos obsoletos o disfuncionales (como el aggiornado sucho en vez del impronunciable switchok, o algo asi) y en adaptar con oportunismo y criterio calificativos ajenos (tal el caso de coqueto, que tome de un ex compañero de trabajo y lo aplique a un amigo de modales delicados).

soy de los que piensan, ademas, que un apodo puede y debe deformarse (retomando el ultimo ejemplo: coqueto-coco-coq), y que cada persona merece recibir tantos apodos como grupos de pertenencia integre y como etapas de su vida atraviese.

pero no pretende ser esto un manual teorico ni una declaracion de principios. asi que iremos al grano: lucio no tenia apodo. por eso con lele, entonados x el efecto del vino y el asado, decidimos encontrarle uno. pensamos en jimmy, por su verdadero primer nombre: jaime. la asociacion libre nos llevo a shimy, el postrecito. y de ahi a serenito.

demasiado largo. enseguida le amputamos el sere y conservamos el nito. lo probamos con el apellido: nito guelman. nos sono bien. y quedo.

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